sábado, 4 de junio de 2011

ELLOS, LOS COMPAÑEROS

Sí, claro, no es que no me entere, yo también tengo ojos en la cara, una edad y una posición, como tantas otras personas que comentan que no se sienten representadas (tampoco) por la gente que va quedando en las plazas. Incluso añadiría que no es tanto cuestión de edad o de posición sino de las diferentes perspectivas con las que, antes del 15M, se entendía la deriva social. Trataré de explicarme:

De la ingente masa de ciudadanos que estábamos disconformes hasta el 15M con el estado de la nación y con el derrotero que marcan nuestros indignos gobernantes (hablo de los poderes económicos), hay una parte que destilaba su disconformidad en conversaciones o en artículos o directamente hacia su propio hígado mientras estudiaba, trabajaba y sacaba adelante a los suyos, conscientemente integrados, pese a todo, en el sistema que no les gustaba; y hay otra parte que mostraba su disconformidad protestando de forma explícita y más o menos imaginativa contra ese sistema que no les gustaba y en el que también estaban plenamente integrados, muy a pesar suyo, no por su voluntad ni de forma consciente sino por su protesta, ya que un sistema digno de ese nombre incluye siempre la cuota disconforme y los medios de mantenerla a raya (véase el cuerpo humano sin ir más lejos).

En los días circundantes al 15M tanto unos como otros salimos a la calle a manifestar, no solo nuestra disconformidad, sino sobre todo nuestra esperanza. Y se borró la separación entre unos y otros, algo necesario y que ya iba tocando, puesto que, como me he cansado de decir, al situar una barrera entre nosotros nos estábamos equivocando de enemigos, ya que los auténticos enemigos de todos juntos eran aquellos contra los que, por fin, protestábamos unidos. Ese enorme milagro, que yo sólo me explico por la fuerza del deseo de millones de personas hacia algo mejor que lo que teníamos, ya se ha producido y nada ni nadie lo podrá borrar, ensuciar, entorpecer o anular. Y esa certeza, y no otra cosa es, no solo el punto de partida sino la referencia a donde deberemos mirar cada vez que nos sintamos un poco perdidos.

Porque los grandes momentos de iluminación sirven para eso: para alumbrar  por un instante la oscuridad que nos abruma, disolviendo incertidumbres y permitiéndonos avanzar sin miedo aun cuando, pasado ese fulgor, nos vuelvan a rodear las sombras.

Sí, claro, a mí también me hubiera encantado participar en la fiesta como anfitriona, validar mi percepción  de que mi  preparación y mis conocimientos podían servir como apoyo  concreto y efectivo: mensurable. Y sí, también yo tuve la sensación de que, tras las sonrisas y las amables palabras con las que agradecían mi presencia, estaba el mensaje de que era eso únicamente (mi aportación a la estadística y mi firma) lo que estaban dispuestos a aceptar porque para todo lo demás ya estaban ellos. 

Ellos, ¿quienes? He oído hablar de ellos en términos poco elogiosos, ya sea por despectivos como por condescendientes: ellos los de las rastas, los alternas, los perriflautas; ellos los hippies o "los jóvenes que quieren cambiar el mundo"; ellos los ingenuos.  No he oído llamarlos de la única manera en la que no nos equivocaremos al definirlos: Ellos, los compañeros.

Había, como decía antes, una parte de la ciudadanía que expresaba su disconformidad de manera más o menos imaginativa o acertada y casi siempre cada uno por su lado, de forma improvisada o reactiva, con la sensación amarga e irritante de ser injustamente juzgados no solo por los poderes a los que se oponían, sino por otras víctimas del sistema que no se daban cuenta de que lo eran. Son los que  ahora se organizan en asambleas de manera ejemplar, erradican de su entorno la violencia, la suciedad y el "botellón", expresan su creatividad, ponen en práctica lo que aprendieron y nadie les dio ocasión de demostrar en un trabajo digno, se interconectan, liman diferencias y se centran en lo que les une con todos los ciudadanos. Son los que ocupan las plazas mientras los demás seguimos con nuestra vida que ya nunca será la misma porque podemos empezar a pisar más fuerte gracias, precisamente, a que ellos siguen allí.  ¿No resulta bastante mezquino echarles en cara que "no nos den sitio"? ¿De verdad estamos tan disponibles como para seguirles el ritmo? ¿O es que asoma por ahí ese ego inevitable que sueña con ser el protagonista de la película?

Sí, yo también he oído ya muchas veces que, de seguir así, esto se diluirá, que necesitamos propuestas inmediatas y concretas y todo eso... No estoy de acuerdo. Lo que necesitamos, en mi opinión, es acostumbrarnos a vivir en esta incertidumbre hasta que nos resulte normal pensar que la calle es nuestra, no de quienes envían a sus matones desde los despachos a los que entraron para servirnos. Y que en las calles y en las plazas cabe todo aquel que actúe con civismo independientemente de que su apariencia, edad o situación social se ajuste o no a las guías de estilo. Los únicos que tienen prisa por nuestras propuestas (para empezar a negarse a ellas) son, precisamente, nuestros indignos dirigentes (véase lo dicho más arriba) y sus títeres, los políticos. Nosotros aún podemos permitirnos el lujo de ir ajustando nuestra vida cotidiana a esta nueva manera de respirar que practicamos desde el 15 de mayo. Sin prisa pero sin pausa. Con suavidad implacable. Y, de vez en cuando, dar una vuelta por la plaza, respaldar a quienes montan guardia allí, ir tejiendo proximidad y disolviendo desconfianzas mutuas. Llegarán las propuestas y tendrán su proceso. Pero lo que cambiará esta sociedad definitivamente serán los pequeños actos cotidianos de todos y cada uno de nosotros en nuestros trabajos, en nuestro círculo, en nuestros ámbitos de influencia, en nuestra manera de estar en el mundo. Micromovimientos, que, como dice mi profesor Víctor Morera, pueden abrir perspectivas inimaginables si se realizan con una clara intención y una impecable constancia. 

Todos tenemos nuestra parte que hacer en este proyecto. Averiguar qué nos toca es responsabilidad de cada uno y nos aleja de la triste tentación de mirar cómo lo hacen los demás. Así que ánimo, compañeros. Nos vemos en las plazas y en el trabajo, y en el bar, y en las tiendas, y en la iglesia... ya va siendo hora de hacernos visibles, ¿no?


Un abrazo a todos,
 

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